jueves, 5 de septiembre de 2019

Happy With What You Have To Be Happy With: King Crimson y su 50 aniversario.



Happy With What You Have To Be Happy With



“El arte no es lo que ves,
sino lo que haces que otros vean.”

Edgar Degas






Como preámbulo a mi experiencia de la gira más reciente, regresemos dos años atrás, cuando King Crimson volvió a suelos mexicanos. Llegué al Teatro Metropólitan con incertidumbre y emoción por ver al grupo liderado por Robert Fripp, era la primera vez que podría verlos en un escenario que no fuera el de los DVD’ s que coleccionaba. En 2003 yo aún era muy joven para verlos en el Auditorio Nacional,  y qué decir de sus conciertos en los 90’s aun en su etapa doble trio (Belew, Brufford, Gunn). Así que aquel día de julio llegué temprano y tomé asiento. Cerré los ojos y me dejé ir. Al salir tuve una sensación como quien acaba de degustar  un platillo perfecto, con la sal y los condimentos exactos, aunque con el sinsabor ocasionado por la falta de sazón, sin alma. Un platillo ejecutado a la perfección, lleno de técnicas pero no de amor.

Ya para el concierto de este año, pese a mi poca expectativa a causa de la experiencia anterior,  el concierto del 23 de agosto sí logró superar todo lo que esperaba. “King Crimson solo puede superarse a sí mismo” me dijo un amigo, y tenía razón.

Ese día entré un poco tarde al recital pues pensé que no serían puntuales como en la ocasión anterior. Ya habían empezado con “Larks Tongues In Aspic I”, así que sólo tomé mi asiento entre dos chicos mucho más jóvenes que yo y dos hombres más maduros que en ciertos momentos me miraban con un gesto raro, ¡si señores, vine sola a ese concierto! No iba como acompañante (era obvio pues cuando llegue en la fila solo había un lugar vacío, era el mío) vengo porque también soy fan, incluso quizá, hasta antes que ustedes.

Conocí a King Crimson en mis adolescentes 14 años, gracias a mi amor platónico de secundaria. Con él podía platicar de la música que me gustaba, me sentía menos incomprendida. Desde la primera vez que descubrimos el gusto mutuo por Pink Floyd se fue gestando nuestra amistad y a él le gustaba compartir música conmigo. Mi vena progresiva se estaba descubriendo, pasábamos las tardes escuchando sus discos o los míos. Porcupine Tree, Ill Balleto di Bronzo, incluso La Barranca tuvo sus menciones en esas tardes de lluvia, de agua estancada afuera de mi salón. Recordar la portada del Meddle y los debates sobre si era la oreja de un cerdo o qué diablos era eso que se ve en la cubierta del disco. Le compartía mis audífonos y eran las tardes más bellas que yo recuerdo en tercero de secundaria.

Fui a la prepa y me eduqué por mí misma en el arte del progresivo y del rock en general. La última vez que vi a mi amigo le pregunté si había ido al concierto de Steven Wilson (2013) después de recomendarme que escuchara a Tame Impala, en realidad no recuerdo qué me dijo del concierto, me dio un abrazo de despedida y me dijo sonriendo “Iris, ya pórtate bien” y entendí que eso de acosarlo afuera de la secu no era apropiado. Yo solo quería saber de él. Me hubiera gustado verlo en cualquiera de estos conciertos, decirle que ha sido como un mentor para mí, no solo por la música ni los libros, por las experiencias que me contaba y que yo a esa edad no comprendía a pesar de que me consideraba muy madura, me sentía como una puberta equivocada de época. Y él siendo veinte años mayor que yo, tenía mucho que contarme.

“Close your eyes and look at me I'll be standing by your side.”

En la sala de concierto, cerraba mis ojos mientras escuchaba la perfección que existe en la ejecución de cada instrumento, la precisión, la complicidad que hay entre los músicos ahí instalados, sincronizados, y con esa música de fondo pensaba en él y lo buscaba entre las sombras.

Yo cerraba mis ojos para no llorar, pensaba en mi sueño frustrado de ser músico. Pensaba qué hubiera sido de mí si hubiera tomado otras decisiones en el pasado ¿Me estaría encaminando al virtuosismo? ¿Estaría de gira con mi propia agrupación? ¿Ya habría tirado la toalla? 

“Come alive in your eyes you don't have to hurry, you don't have to try. Cause you don't have a care you're walking on air…”

Luego de divagar y tararear una canción que solo existió en mi imaginación en ese instante,  seguí atenta al gran talento que aunado a la disciplina de Fripp y compañía era algo que envidiaba. El pecho se me hinchaba de escuchar el silencio del público (que duraba muy poco) y el virtuosismo impreso en cada nota, en cada golpe, en cada latido. El más cercano a mi visión era  Gavin Harrison, el miembro más joven de los Crimson. Lo veía concentrado y estudioso de sus compañeros. La complicidad de la que hablaba antes, entre él,  Pat Mastelotto y Jeremy Stacey retumbando en la ex sala de cine.

Más atrás Jakko Jakszyk daba voz a al Rey Carmesí y por momentos lanzaba algunas notas greg-lakeoneanas. Su propia versión de “Indiscipline” (arreglo que no me gustó  desde el concierto pasado) te alejaba totalmente de la del simpático Adrian Belew. A su lado Tony Levin hacia magia con sus manos sobre el bajo, el ambiente tenía más profundidad. Los vientos de Mell Collins también matizaban  las piezas con sus notas más clásicas, no dejaba vacíos, no había espacios en las melodías.

Robert Fripp, elegante, atento, serio, enfocado. Su guitarra y el mellotrón como compañeros en su propia isla. La luz casi no lo ilumina, y no solo a él, en realidad no hay juego de luces, no hay escenografía, el escenario es sobrio y a la vez está lleno de virtuosismo, cual reflejo  del creador, una proyección de Fripp. Robert no es el líder que estamos acostumbrados a ver, no necesita láser para montar un show, no hay   imaginería ni parafernalia, no hay abuso de la tecnología para montar una escenografía, no lo necesita.   No es el frontman, pero dirige el reino carmesí desde su lugar y sin palabras, solo con miradas. ¿Es un rockstar? Sí, pero a su propio modo.




A veces me imagino si la personalidad de Robert Fripp es una elección, si en ese gran genio creador existe un hombre retraído, si está realmente en una introspección a causa de sus propios temores, las fotos, las luces, el aislamiento, la gente. Eso sería una salvación para mi personalidad introvertida (Un obstáculo para no continuar la música fue el miedo a las multitudes,  más que pánico escénico, una fobia)  O tal vez solo sea un artista excéntrico… (mamón pues).


Fue muy curioso ver desde mi lugar al público moviéndose al ritmo de “Red” como en un concierto de metal, y pensé en todas las bandas que hoy existen gracias a los sonidos progresivos y específicamente los de King Crimson ¿Cuánto le deben? Un chingo. Es notoria la influencia en cada uno de sus herederos.

La gente no dejaba de aplaudir, de gritar y de cantar en “Epitaph”, y me sucedió algo parecido cuando en los conciertos de Roger Waters la gente se emociona con “Another brick in the Wall part II”, entre emoción y pensar “son unos pinches posers”.  Escuchar algo del álbum The Power to Believe fue una experiencia muy grata, “Elektrik” fue como una hipnosis, demasiada energía desbordada y las baterías que enloquecen a cualquiera. Luego “Frame by Frame” y su inicio a capela fue muy bello, pero yo preferiré siempre a Belew.

Ya para el final y con mi vejiga a reventar,  “Easy Money” fue como un respiro, me relajé y disfrute escuchar esta canción en voz de Jakko, eso sí me pareció atinado. “Starless” fue hermosa, las estatuas del Metropólitan enrojecidas con la luz y con el sentimiento (a mí me pareció que sí hubo una entrega más neta en esta ocasión) hizo que olvidara los litros de agua estancados en mi ser. Y creo que si fue una de las mejores piezas de la noche.

Al verlos, al escucharlos, pensaba que no ha de ser fácil mantenerse vivo durante medio siglo, cuando la música actual ya no ofrece nada, y escuchar a la Corte de Robert Fripp  llena de extravagancias, de exquisiteces, si bien, más que darte un respiro hacia el futuro, te preguntas en qué momento nos perdimos como humanidad y dejamos de hacer arte. King Crimson es sinónimo de vanguardia y a la vez fue generador de sonidos nuevos, lleno de colaboraciones desde sus inicios y  gran semillero de talentos. Yo no sé qué tan honesto sea vivir de las viejas glorias, pero las generaciones más tiernitas agradecemos vivir estas experiencias, hoy que la belleza ya no es indagada y nos damos a los placeres inmediatos y desechables.

Obviamente el concierto cerró con In “The Court of the Crimson King” y ya no volvimos a verlos. El aplauso de la gente no pudo sacarle ni una palabra a ninguno de los siete miembros de la agrupación. Todos agradecieron pero muy al estilo Fripp. Aunque sus gestos eran de felicidad y eso sí, hasta ese momento se podían tomar fotos. Yo no tome ninguna, y hoy hago este ejercicio de recordar usando mi memoria orgánica y es como si volviera a estar ahí, con todo y mi vejiga llena.



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